martes, 27 de mayo de 2008

Pequeño tormento


Hubiera querido escuchar música mientras la miraba, como para satisfacer mi cursilería. Las manos pequeñitas, torpes y laboriosas. Los pies juntitos. Los cachetitos, la naricita, los ojitos. Hasta pensaba en diminutivo. Quería correr a abrazarla, pero hubiera roto esa armonía natural entre la ternura y la concentración despreocupada. Además temía que no entendiera. Me aterraba pensar que su muñeca pesara más en la balanza que mis ganas de abrazarla. Yo también era un niño.
Espiaba su juego tratando de descubrir en qué momento los adultos perdemos la capacidad de entregarnos francamente a la fantasía. Además quería descubrir mis propias manías, para odiarme cuanto antes. Para tratar de protegerla de un destino indeseable. No sé si no los quise ver o si efectivamente no habían rastros míos en su inocencia. Tampoco pude descubrir a su madre, salvo por la mirada: ambas veían, estoy seguro, mis verdades desnudas. Y ninguna de las dos parecía reprocharme nada, sin embargo. Lo que sí no llegaba a entender, en todo caso, era cómo esa pequeña, pequeñísima persona me podía motivar tanto amor y miedo a la vez. No podía ni sentir todo el amor a la vez, pues éste me hubiera matado de felicidad. Tenía que irlo sintiendo de a pocos, para mantener cierta cordura. Pero también sentía un miedo tremendo. Un miedo al que no podía mirar de frente porque me cortaba la respiración. Miedo a quererla tanto. Miedo a tener que verla crecer. Miedo a sus pesadillas, a su hambre, a su mal humor. Miedo, sobretodo, a que vaya pareciéndose a mí.
Quería enseñarle el mundo, todo a la vez, con tal de ver su expresión de asombro. Me impacientaba por momentos porque no podía comprender que en ése momento su muñeca era todo el mundo que debía y quería conocer. Quería ser un niño otra vez para poder escucharla mejor y, talvez, para dejar de sentir tanto miedo. Las ganas de correr hacia ella no se iban y no podía esperar a que se durmiera para acercarme sin que lo note. Pero me quedé ahí petrificado, incapaz de entrar sin permiso a su regocijo. Simplemente podía agradecerle en silencio todo lo que me estaba dando, aún sin saberlo ni entenderlo. Pero también me dio vergüenza. Vergüenza de no ser mejor. Me recriminé severamente por todos los defectos que poseía. Me arrepentí profundamente por los errores cometidos. Me convencí que de haber sabido que algún día estaría ahí parado mirándola, hubiera hecho todo muy diferente. Quise esconderme más.
Quise sonreír. Sonreír porque yo ya no era yo, era ella.

sábado, 24 de mayo de 2008

Tiempos difíciles


Hoy lo confirmé. Ya tengo una muestra representativa:
Lima está sumergida en la nostalgia. Al parecer estamos en una época en la que los recuerdos de los primeros amores nos asaltan. Al principio parecía coincidencia, pero a medida que seguían apareciendo los casos me fui convenciendo. Es más, hasta a mí me secuestró la nostalgia algunas horas. Tanto que me atreví a llamar a M en la madrugada para pedir auxilio. Y lloriqueando mis penas la motivé para lloriquear las suyas; estábamos en las mismas. Le comenté que los casos de mi círculo de amistades se multiplicaban con asombrosa rapidez, y ella me confirmó lo mismo del suyo. Le planteé la siguiente hipótesis: La llegada del invierno trae consigo una natural tendencia a la melancolía por la falta de luz solar. Esa melancolía se traduce en recuerdos de “mejores épocas”. Y qué mejores épocas que los primeros amores. Algo parecido. Aún faltan atar algunos cabos de esa hipótesis, pero la estructura está ahí.
Y algunos casos no se quedan en muecas impotentes. Están comenzando las llamadas, los mails. Si bien esto supone dolorosos recuerdos para algunos, muchos necesitan aún “pasar la página”. Lo veo totalmente positivo. A veces un “llamé para ver cómo estabas” significa muchísimo. Por mi parte también espero saber algo sobre la que aún considero mi mejor amiga.
Una simple sugerencia: Sean consecuentes con sus emociones. No se limiten por lo “razonable”. No dejen que el orgullo los restrinja. Pasen a la acción. Si quieren llamar, llamen. Si quieren escribirle algo, escriban. Todo está permitido en éstos casos. Hay que arriesgarse. No es condenable si las intenciones son honestas. Es sano y muy humano el expresarse. Susurren, escriban, griten, confiesen, mendiguen, reprochen.
Buena suerte.

viernes, 23 de mayo de 2008

Por ahí

Estaba sentado sobre la arena, cagándome de frío. Quería llorar, pero llorar solo siempre me hacía sentir más incómodo de lo que soporto. Unos minutos antes estuve sentado en la terracita de esa casita de playa, junto con un par de amigos, experimentando nuevamente cómo navegar sobre un mar de ron. Las conversaciones fueron mutando hasta un punto honestamente hilarante. Y así, riendo y disfrutando de la alcohólica amistad, volvió ese recuerdo pesado. Aparecía sin previo aviso, me tapaba la boca de un cachetadón y me dejaba a penas con las fuerzas suficientes para seguir levantando el vaso hasta mis labios. Me fui al baño para mirarme al espejo y sentir lástima de mí mismo, para ver si así el recuerdito se daba por bien servido y me dejaba en paz. Lo que vi no me permitió sentir lástima. Estaba despeinado, mal afeitado, los ojos vidriosos. Todo lo había visto venir. Todo lo había visto antes, tantas veces. Era mi yo atormentado, como si no lo conociera. Salí del baño y me arrastré hasta la terraza. “Puta, estoy muy zampado. Me voy a latear un toque”. No sé si mis amigos comprendían mi estado o si simplemente mi ausencia no les importaba tanto. “Dale” dijo uno, mientras el otro prefirió responderme llenando su vaso de ron. Caminé pesadamente por la arena. Ya cuando sentía que la arena estaba suficientemente húmeda, me dejé caer. Echado boca arriba, con los brazos abiertos: mi postura de guerra para esos momentos.

(Me levanté y caminé en la penumbra. Tarareaba silenciosamente Crazy Life de Toad the Wet Sprocket. Levanté la mirada y a lo lejos vi un puntito, supongo que una persona, no sé si caminando hacia mí o alejándose. Seguí caminando. El punto se iba haciendo más grande. Me irritaba tener que compartir mi soledad disfrazada de orilla. El punto iba tomando forma, parecía una mujer. Genial, me dije, como si eso fuera a cambiar algo mi situación. Pero no podía evitar el fantasear. Talvez era mi alma gemela, nos encontraríamos por fin después de tanto tiempo. Seis metros, cinco metros. A los tres metros pude distinguir los rasgos. La boca un poco chueca, los ojos ligeramente cerrados, las mejillas húmedas: estaba llorando. Pasé a su lado mirándola fijamente, sin atreverme a decir algo. Me miró de reojo, como invitándome a no joder. Seguí caminando unos metros, sin poder quitarme la imagen de la cabeza. Di la vuelta y fui tras ella. Dos metros: “¿estás bien?" Ninguna respuesta. Un metro: “Hola…¿estás bien?” Volteó aún más empapada en lágrimas que antes, me miró desconfiada y me mandó un “¿Qué?” “Si estás bien…” Pasaron 3 segundos, su cara comenzó a deformarse y estalló el llanto. No sabía qué hacer. “¿Que pasó?” No respondía. Me acerqué tímidamente y le puse una mano en el hombro. Repetí la pregunta. No respondió. Me abrazó. El abrazo era desesperado, descorazonado, tremendamente cálido. Nos quedamos un buen rato, abrazándonos, ya no dije nada, me concentraba en abrazarla fuerte. Seguía sollozando en mis brazos. De pronto aflojó los brazos, dejó de sollozar, tomó mi cara con sus manos, y encontró mis labios en la oscuridad. No entendía nada. No entendía tampoco como ese beso me era tan familiar. Como si fuera un beso más de los miles que nos habíamos dado. Era un beso delicioso, hubiera podido quedarme horas así, besándola y abrazándole la cintura. De un momento a otro dejó de besarme, retrocedió bruscamente y me miró. La mirada era casi de rabia. Me dio una fuerte cachetada en la mejilla. Luego comenzó a caminar tranquilamente hacia las casas. Seguía sin entender. Se iba alejando y yo sin saber si seguirla, llorar o cagarme de risa. Cuando se perdió entre las luces me senté nuevamente en la arena.)

Seguía echado en la arena. La historieta sólo había logrado distraerme unos segundos. Me senté. Miré a los lados. Oscuridad a la izquierda, oscuridad a la derecha: estaba solo. Miré el mar. Por momentos parecía reprocharme, luego consolarme. Quise hablarle, decirle todo, confesarle que no podía más. Quería reprenderlo por guardar toda mi historia, incluidos los momentos que me cortaban la piel. Pero no pude. Me levanté y le di la espalda, odiándolo por haberla dejado partir. Porque ahora estaba solo, dándole la espalda, lleno de ira y miedo.

Llegué abatido a la terraza. Mis amigos estaban en un estado etílico lamentable. Me dijeron un par de idioteces sin sentido que los llevó a ruidosas carcajadas. Me senté, ensayé una sonrisa hipócrita y me serví otro vaso de ron. Un vaso tras otro. Me iba perdiendo en los vasos. Solo. Los recuerdos agrios se iban agriando más. Unas horas después me vencieron.

jueves, 22 de mayo de 2008

Anoche

Me desperté con la boca seca y con la cabeza llena de pedazos de sueños ridículos. Levantar mi cuerpo a esa hora era cosa seria. Tambaleándome llegué a la cocina. No sé cómo pero en el trayecto apareció un pucho humeante entre mis dedos. Me paré frente a la cafetera y le lancé esa mirada de súplica: ¡Dame café! Todas las mañanas era tan gentil. Me senté en el comedor con el café, el pucho, y el periódico. No tenía fuerzas más que para ver la foto que fuera más grande y tratar de intuir la noticia. En la foto había un loro enrejado. Asesino, pensé. Mató a su pareja por celos, obvio. Sonreí al notar aún mi capacidad de ser tremendamente estúpido a veces. Por no contradecirme tan temprano no quise ni leer la noticia. Hubiera ofendido al reino de la resaca que me permitió condenar al loro a varios años de prisión.

Los rayos de sol llegaban a duras penas hasta el pasto. Me quedé un buen rato deseando ser ese perro enano y sucio que trataba tercamente de calentarse echado en el jardín. Los timbrazos desaforados me sacaron violentamente del trance. Era mi novia, mi media naranja: “Hola, gordo, ¿cómo estás?” La voz me temblaba un poco: “Bien, amor…tu?” Con el correr de los segundos me iba metiendo más en el papel del noviecito. “¿Qué tal ayer?” se atrevió a preguntarme. “…(ayer…ayer…ya, salí con Diego. Chelas en su jato, luego en Barranco, luego en Miraflores, luego en…en?)… Bien. Conversando.” Luego pasamos a otros temas, pero me quedé con la pregunta penando en mi cabeza: ¿Qué demonios pasó ayer? Luego de pactar la hora para vernos, colgamos. Me quedé unos segundos con el celular en la mano. Ayer…ayer…Traté de reconstruir la noche a pocos. La secuencia se medía casi en litros de chela. Primera verdad: La pasé con Diego. Estuvimos cheleando en diversos puntos de Lima. Me acordaba del esqueleto de la noche, eso estaba bien. Me acordaba de Barranco. Luego de Miraflores. Me acordaba que ya en Miraflores veía demasiado borroso todo. Me acuerdo que me reía porque casi no podía articular las palabras. ¿Qué pasó después? ¿Cómo llegué a mi casa? Habían demasiadas lagunas. Llamé a Diego con la esperanza que él, teniendo mejor cabeza que yo, me pudiera explicar el desenlace de la noche. “Habla, tío”. “Habla, ‘on”. “Oye, ¿que mierda pasó ayer?” “Puta, broder, creo que la cagamos”.
Habíamos, aparentemente, terminado en una pequeña discoteca en Aviación. Bailamos como desaforados las grotescas canciones que pasaban junto con las chicas que habíamos sacado a bailar. Eran bastante feas pero bailaban bien, según me contó mi amigo. Mi pareja de baile me propuso irnos al baño a fumarnos un huirito. Accedí. Metidos en un cubículo, y después del porro, comenzó a desatarse la libidinosa escena. Terminamos jadeando como animales en ese resinoso cubículo. Diego hizo lo mismo con su pareja de baile en algún momento de la noche. No me acordaba de nada, Diego tuvo que explicarme la noche juntando pedazos de lo que también él podía recordar.
Nos sentíamos mal. Ambos habíamos sido infieles a nuestras novias. Ambos habíamos violado esa boba promesa a nuestras novias de no fumar hierba. Pero ya estaba hecho. Una mañana de resaca y arrepentimiento fueron suficientes para continuar como si nada hubiera pasado.

Ignacio murió años después de sida. Había contagiado a su enamorada de entonces, María Alejandra. Ella aún vive.

miércoles, 21 de mayo de 2008

4:14 a.m.

Después de todo fuiste tú la que me regaló un pasado. Si no fuera por ti aún viviría en él. Si no hubiera sido por tu discursito de despedida probablemente no me hubiera perdido tanto y visto obligado a volver a encontrarme. Me enseñaste a no abrazar sólo el cuerpo. Te agradezco por todo eso.
Mucho tiempo pude reconocer tu silueta en mi sombra. Odiaba decirte buenas noches cuando sabía que te volvería a ver enseguida en mis sueños. Me sentía tan idiota consultándote todo. No soportaba ver a alguien que no tuviera tu cara. Y también sabía que no escucharía a quien no tuviera tu voz. Viví muy solo.
Fuiste mi peor pesadilla. Quebraste todo, desde mis instintos hasta mis cejas. Mis sentidos estaban ya demasiado acostumbrados a tu realidad. Ya ni mis pocas pertenencias me pertenecían. Te lo llevaste todo.

Y hasta ahora no estoy seguro si el del espejo soy yo o si es un reflejo del que me gustaría que vieras. A veces dudo si estoy solo cuando camino. Aún me percato que me desespero por que pasen los minutos, pensando que volveré a verte.
Hoy quiero saber si soy yo. Entender cómo pueden cargarme mis piernas. Quiero saber si soy un cuento al azar o una narración tuya. Quisiera tener en claro si realmente me importa.

lunes, 19 de mayo de 2008

Un poco de...

Encontré ojos que se buscaban. Pero las nubes les cerraban el paso. Quise gritarles, despertarlas, pero la voz me abandonó a último momento. Me quedé, entonces, inmóvil en aquel desierto de esperanza. Esperanza de saberse verdadero. Pero, al igual que yo, las miradas se fueron perdiendo nuevamente.
Estuve echado largo rato tratando en vano de imaginar música. Verla, tocarla, saborearla, oírla, olerla, o, en todo caso, vivirla. Pero no pude. Seguí ahí mendigando. Por un momento hasta osé sentirme libre, pero me dolía la mañana. Dolía como siempre, y no pude hacer más que sonreír con algo de sorna a ese designio. Los demás pasaban de largo casi sin mirarme y definitivamente sin sentirme. Deseaba tanto que alguien se conmoviera con mis ojeras, prueba irrefutable de mi silenciosa lucha. Pero me quedé solo con mis ojeras, dando de cuando en cuando una pitada a mi cigarrillo. Traté también de odiarlos por la apatía, pero también yo lo había hecho antes.
Y llegó la noche. Seguía enjaulado. Y las estrellas me parecieron tan abominables. A ellas sí las miraban, les hablaban, escribían sobre ellas. Parecía una noche sin posible reconciliación con ellas. Me percaté, luego, que mis manos también estaban llenas de estrellas. Me negué a sentirme afortunado. No supe agradecer el pequeño gran espectáculo, y supongo que por eso tuve que ser castigado.
Conocía muy bien esa desidia que años atrás casi me había robado la vida. Pero entonces era un hombre nuevo, si es que acaso podía considerarme ya un hombre. Era un niño, en realidad. Pero eso importaba poco, ya que mis pies estaban igual de marchitos. La última bocanada de humo me devolvió un poco de dignidad. Aún estando tan sucio, tan ajado, y tan poco presente. De pronto me pareció escuchar mi nombre. Levanté la mirada a la vez que hacía una mueca que hasta parecía una sonrisa ilusionada. Pero me encontré con lo mismo: un bosque de tormentos muy míos. Y así, entre quemaduras e imperfecciones, me quedé dormido.

domingo, 18 de mayo de 2008

Domingo

Hoy estaba parado en el jardín y dije en voz alta: “Hoy me lleva el chanfle”. No sé hasta ahora qué significa. Supongo que es normal en un domingo eso de decir cosas sin mayor sentido. Como le informé, algo solemne, a E en la mañana: “Me siento un Deepak Chopra esquizofrénico”. Sí, como quién quiere predicar algo. No sé muy bien qué, pero algo. Hasta me imaginé a mí mismo inaugurando una pintoresca iglesia, que bautizaría con un nombre que rayara en lo ridículo pero que a la vez exista un intento de seriedad (traté en vano de encontrar el nombre. Si alguien tiene alguna sugerencia, es bienvenida). Pero preferí cortar por lo sano y abandonar la idea para no ofender la fe de alguien.
Después me aventuré al supermercado. Para variar la música me regalo algunos temas en qué pensar. Estaba en plena trova. Justo en la mañana E me dijo que odiaba la trova. Supongo que hay momentos en los que una que otra canción cae bien. Me traté de identificar con alguna frase. Una en particular me pareció interesante: “Me quedan muchos años de no ser feliz”. Bastante depresiva, pensé. Lo curioso es que la música inspiraba todo lo contrario. Pasaba tranquilamente como canción de Nubeluz. Entonces pensé que lo que el autor había querido transmitir era esto: puede que vengan tiempos difíciles, pero pondré mi mejor cara. Algo así. Aceptar lo que venga. Como dice J, “es lo que hay”, pero en un sentido optimista. Y bueno, llegué al supermercado. Me sorprendió que, a pesar de que vaya todos los días, las cajeras aún me miren con recelo. Claro, voy despeinado, con las zapatillas más sucias, escuchando música mientras compro. Decidí que la culpa era de mi casaca. Con mi cara de 25 años y con la casaca de prom. Pensé que esa podía ser la gota que derrama el vaso de las pobres cajeras. De regreso pasé al hip hop. Era Pedro Mo. En realidad en un momento dejé de prestarle atención a la letra y me concentré en el ritmo. Casi sin darme cuenta comencé a caminar con el ritmo. Y dándome cuenta casi me atropella un micro por no querer perder el ritmo de los pasos al llegar a una esquina. Gracias, Pedro. Y ya son las 5:55 p.m. y el domingo sigue escapándose entre mis dedos.

sábado, 17 de mayo de 2008

DisFruta

Estoy en mi época de manzanas y peras. Tuve mi época de sandía, de piña, de naranjas y, en menor medida, de mangos. Las uvas también jugaron un rol por ahí. Tengo creencias irracionales sobre las propiedades de algunas frutas. A continuación explico cuáles son:

Pera: Una de las frutas más espirituales. Al parecer nadie se percata de su inmenso poder reparador. Si bien es una fruta bastante común, creo que ha logrado su presencia no por su sabor, sino por su influencia en la estabilidad espiritual.

Manzana: Esta fruta sirve como refuerzo del Yo. Si bien es físicamente energizante, la manzana sirve para estructurar la personalidad. Ayuda a la persona a centrarse en el “aquí y ahora”. Actúa acentuando las características de personalidad y ayuda a la persona a aceptarse a sí misma.

Piña: Otra fruta espiritual. Sirve para “limpiar” el alma. Ligera para el cuerpo y muy efectiva para combatir energía negativa. Recomiendo ingerirla en generosas porciones.

Mango: Esta fruta actúa principalmente sobre las emociones. Potencia las emociones positivas, aunque no es muy efectiva para bajar la intensidad de las emociones negativas.

Sandía: Actúa tanto a nivel emocional como cognitivo. A nivel emocional ayuda a la estabilidad, tanto de emociones positivas como negativas. A nivel cognitivo sirve para “ordenar” las ideas, potenciando levemente a las ideas que conducen a emociones positivas.

Plátano: Básicamente una fruta física. Revitaliza el cuerpo, ayudando a equilibrar todas las funciones. Esto, a su vez, tiene un impacto emocional positivo.

Naranja: Fruta que actúa sobre la cognición. Ayuda a combatir ideas irracionales.

Uva: Sus propiedades aún son desconocidas.

Fresa: Actúa a nivel emocional y cognitivo, ayudando a reconciliar el pasado con el presente, en caso de existir conflictos. Sirve también para reducir niveles de ansiedad.

Palta: A nivel físico ayuda a agudizar los sentidos. Cognitivamente refuerza la inteligencia verbal- lingüística.
Aunque tengo hipótesis sobre casi todas las frutas, he querido resaltar sólo algunas por el momento. Supongo que debería comer más naranjas.

...

Parezco distraído pero me concentro en todo. Escucho el saxofón, el azul, y a veces también a ti. Me esmero en vivir, no bien, pero sí en vivir. Una hora para el amanecer y tengo tan poco y tanto en qué pensar.
Un piano te describe. Desde tus uñas comidas hasta tu última mirada. Te perdono. Porque no quiero ni puedo cargar con el odio. Porque tienes tus razones para haberme dejado morir ese poco. Tuve que comprender que soy lo que soy. Fue un proceso doloroso. Muy doloroso. Supongo que algún día me encontrarás otra vez. Y espero que para ese entonces haya dejado de sangrar. Espero que entiendas que no fuiste solo tú la que me mató. Fueron todas y, sobretodo, yo mismo.
Te sigo extrañando. No creas que he dejado ese pedazo de humanidad. Porque me sigo aferrando al dolor. Porque tus palabras saben callarme. Y a veces es mucho más fácil callar. Pero también comprendí que parte del quererte es dejarte libre. Libre para amar a otro. Libre para odiarme, también.
A pesar de todo tengo tanto por qué estar agradecido. Algunos amigos que me quieren pero no me escuchan. Amigas que temporalmente me detestan. Caminatas con cigarrillos. Diálogos en blanco y negro. Música. Música. Ideas obsesivas pero interesantes. Distintas formas de encontrarme a mí mismo. Reconocer y aceptar mis irracionales miedos. Cantar mal. Tantas cosas. Pero sobretodo estoy agradecido por estar conmigo. Tantos años sólo atinaba a odiarme. Pero tuve que aceptar que no tenía alternativa más que sobrellevar esta incómoda relación conmigo mismo. Y gracias a ti, que no me enseñaste nada. Sólo me empujaste, y eso me obligó a aprender a gatear. Tengo la esperanza hasta de aprender a caminar un día, pero hay tiempo para eso.
Y te quiero. Hasta más que antes. Diferente, en todo caso. Antes te necesitaba. Ahora te quiero porque me regalaste algunos recuerdos. Porque comprendo que no quisiste hacerme tanto daño, después de todo. Te quiero porque eres tú. Aún te quiero porque he decidido quererte. En parte, tengo que admitirlo, porque hay rezagos de debilidad. Pero también porque mereces cariño. Lo necesitas. Y alguna vez te quise tanto que he decidido quererte ahora. En última instancia, y siendo totalmente egoísta, te quiero porque quererte me hace bien.
Hay muchas contradicciones, al parecer. Aún debate mi pasado con mi presente. Pero creo que el conflicto, en éste caso, es sano. Necesario, en realidad. Y lo difícil es esto: quiero abrazarte. Pero no sé si es el pasado o el presente el que lo quiere. Y trato de pensar que no hay necesidad de llegar a una conclusión. Quizá ese abrazo sea para firmar de una vez la paz entre ambos. Talvez abraces a un niño asustado y dolido a la vez que al compañero que nunca tuviste. Quisiera regalarte ese abrazo. Ya no por mí: quiero que sea para ti.
No me puedo despedir. Porque después del punto final seguirás ahí. Yo también.

viernes, 16 de mayo de 2008

Entre notas



Hay noches en las que realmente no se te ocurren muchas cosas qué hacer. Como anteayer, con M. y D. Fuimos temprano por un café. Creo que la idea vino en ése momento: M. me pateaba debajo de la mesa, harta de mí (para variar), mientras D. conversaba con una amiga por teléfono. Nos miramos entre nosotros, un poco aburridos, esperando que alguien entonara la idea que salvaría la noche. Y así vino la idea, colándose entre el café: Karaoke. Terminamos nuestros cafés y cigarrillos y enrumbamos al local. Era temprano. Teníamos el Karaoke casi para nosotros solos. Comencé con Trátame Suavemente de Soda Stereo, tratando de motivar a D. para que cantara conmigo. El miedo escénico le permitió articular las palabras frente al micrófono, aunque su voz no se escuchara ni por casualidad. En fin. Siguieron otras mesas. Luego vino el turno de M., que demostró, como siempre, su fanatismo por Alejandro Sanz. Una ronda más tarde me atreví a cantar mi segunda canción: Cocaine de Eric Clapton. No salió tan mal como hubiera esperado de mí mismo. Simplemente tenía que cantarla. En fin. Otra ronda y M. cantó una conocidísima (no me acuerdo del título), siempre con D. haciendo los coros (obviamente no se oían, pero cuenta la intención). Y luego de la tercera ronda pasó. Llegó mi tercera canción: Bullet With Butterfly Wings de los Smashing Pumpkins. Quienes conozcan la canción podrían pensar: “¿Cómo demonios se le ocurre cantar esa en un Karaoke?”. Lo mismo pensé en la segunda estrofa. Pero no había vuelta atrás. Supongo que esa canción es de ésas que cantas ebrio con tus patas en una reunión. Pero francamente para un Karaoke estaba un poco fuera de lugar. Siguió M., siempre acompañada por D. Fueron llegando los grupos y nosotros nos íbamos aburriendo de esperar tanto y de escuchar tantas canciones de antaño (algunas buenísimas, pero otras…en fin). Terminamos largándonos algo irritados del local. Caminamos largo rato. Llegamos (qué raro) a un Starbucks. ¿Segundo café? Bueno. Nos sentamos. Y ahí sentados, conversando sobre la vida, dimos por concluida la noche.

lunes, 12 de mayo de 2008

Dudas?


A veces me asaltan algunas dudas. Dudas profundas, como las de una bulímica (¿cuántas calorías quemaré vomitando?) o un suicida (¿escucharé el disparo antes de morir?). En fin. Lo que me pasaba por la mente hoy, específicamente cuando me servía el café en la mañana, es mi situación actual. Veinticinco años. A esta edad mi madre ya estaba casada y con dos hijos. Yo ni novia tengo (sí, majo, el problema somos nosotros). ¿Casarme? No lo descarto, aunque francamente no me imagino peinado frente a un curita. ¿Hijos? Categóricamente: NO!!! (y esta sentencia será, quizá, tema para un post aparte).
¿Qué espero de la vida? ¿Qué espera la vida de mí? ¿Estoy listo para ésta? Todas son preguntas que los cigarrillos mañaneros no logran responder. No logro responderme satisfactoriamente qué ha cambiado desde que era un tímido adolescente. Y dicen que se hace camino al andar. Pero hoy tengo una ligerísima flojera de andar. Ni siquiera imaginarme un imaginario camino.
Hoy amanecí así: desganado. Aunque, quizá sólo confundido. Talvez debería hacer un par de llamadas a algunas amigas (sí, amigAs: las mujeres son más emocionales) para reforzar un poco mi identidad y, por qué no, redescubrir mis ambiciones. Creo que éste es el post más incoherente y falto de contenido hasta el momento. Pero para eso está, pues. Justamente para “pensar en voz alta”. En fin.

sábado, 10 de mayo de 2008

Y hoy tocan manzanas

Nuevamente camino al supermercado. Hoy estaba con antojo de manzanas. Sonaba Insane Clown Posse en los audífonos. Y así como me suele pasar, pensaba en idioteces:
Llegué a la conclusión que quiero hacer dibujos animados para adultos mayores (para los que no estén familiarizados: adultos mayores es una forma diplomática y respetuosa para referirse a los ancianos). Vemos en la TV toneladas de dibujos animados de todo tipo y para todas las edades. Encontramos dibujitos burdos para bebés. También otros más elaborados pero aún ingenuos para niños. Y a medida que va aumentando la edad del público objetivo va aumentando también la crudeza de los personajes y trama. Luego tenemos otros bastante agresivos para adolescentes. Luego existen otros para adultos, ya con un estilo más de crítica social. Se encuentran otros que, desde mi punto de vista, no son exclusivos para un segmento (Caso: Tom & Jerry. Lo puede ver desde un niño que recién tiene noción de lo que es un gato y un ratón hasta un anciano que está en proceso de perder esa noción). Pero en fin. Hasta donde entiendo no existe un dibujo animado exclusivo para adultos mayores. Un buen rato traté en vano de comprender su mundo. Necesitaría un staff de adultos mayores para lanzar al mercado semejante proyecto. Necesitaría cifras para entender mejor qué es lo que les preocupa y qué es lo que suele apasionarlos. Y no quiero cometer el error de sonar generalizador, simplemente desearía captar la esencia de esa etapa de la vida para tratar de reflejarla lo mejor posible. Comprendo que es un período complicado. Por un lado se deja de lado, en la mayoría de los casos, la vida laboral. Eso ya tiene un impacto muy fuerte. Poco a poco se va abandonando el papel paterno, en el sentido protector, para adoptar un papel más pasivo y receptivo. La jerarquía va adoptando otro matiz. Las parejas, en caso de seguir juntas, se vuelven a reencontrar una vez que los hijos abandonan el hogar. Existen muchísimos cambios, para hacer la historia corta. Pero me encantaría realizar dibujos animados que expresen de alguna manera sus necesidades, sus frustraciones y ambiciones. En fin. Ya estaba armando imaginariamente un equipo de adultos mayores, psicólogos, antropólogos, sociólogos, etc. cuando llegué a mi casa con la mercancía y dejé el proyecto en la puerta de entrada para cuando vuelva a salir de compras.

lunes, 5 de mayo de 2008

Madrugada emocional

No tengo idea de cómo comenzar. Ya lo hice. Bien. Bueno, hoy hubo guerra en mi casa. Una explosión bastante silenciosa para la magnitud que tuvo. La verdad que no entiendo bien cómo mantuve esa serenidad. Yo mismo me sorprendí. En fin. No podía imaginarme las secuelas. Unas horas después me vuelvo a sorprender: estoy terriblemente emocional. Como todos duermen, prendo la TV y me meto al Messenger. Primero fue el encuentro con mi querida M. Lazo (la pobre aún fantasea con un nombre que empiece con “Q”). Y a pesar de que siempre nos peleamos inmediatamente después del “hola” hasta segundos antes del “chau”, esta vez conversamos serenos. Un rato. Después vino la cachetada emocional de la que hablo. Por alguna extraña razón sentí unas tremendas ganas de confesarle lo buena persona que me parece y agradecerle por nuestra amistad. Sí, eso se debería hacer siempre, los amigos son amigos. Pero a veces soy un poco reacio a los cumplidos. En fin. No lo contuve. Las sorpresas siguieron. Ella, en un ataque emocional parecido, me devolvió las frases lindas. Y así estuvimos un buen rato, hasta que la responsabilidad la empujó a la cama. Luego sigue la conversación con A. Una buena amiga, pero por razones de fuerza mayor nos alejamos un poco. Al principio las frases fueron bastante triviales. Luego me invadieron unas ganas de “profundizar” un poco el diálogo. Ella me acompañó en este pequeño viaje. Nuevamente éramos nosotros. Y así terminó también ese diálogo, por la maldita responsabilidad (semana de parciales, pobre), no sin antes pactar un encuentro en el Starbucks, como hacíamos antes. Por último comienza una sesión con P. Con ella tengo una extraña relación. Fuimos amantes hace ya muchos años. Luego se fue a USA. Prácticamente dejamos de hablar. Hace un tiempo me entero que está de vuelta en Lima. Comenzamos a hablar. La relación no era la misma, obvio (además que está esperando a que venga su novio para casarse). En fin. Lo curioso es que la relación se fue degenerando. Creo que me considera poco menos que una “perra- masculina” (es que decir “perro” no lo explica). Me perdió todo respeto en el camino. La verdad es que nunca le di razones para eso, pero supongo que así le acomoda más. Bueno, comenzamos el diálogo con idioteces. Después fui entrando peligrosamente en temas más íntimos. Desde luego que terminamos hablando de su relación con el novio. Una conversación muy honesta. Miedos, alegrías. Finalmente nos despedimos. Y aquí estoy, sonriente. No porque haya cambiado mi relación con ninguna de las mujeres mencionadas. Estoy feliz porque cambié yo. Al menos hoy. Al menos esta noche.

domingo, 4 de mayo de 2008

Letras en la arena



Ordenando un poco mi cuarto encontré mi cuaderno de verano (porque el verano ya acabó, digan lo que digan). Y mi cuaderno de verano contiene varios textos escritos en la playa, en MI playa: Chepeconde (ahora Maradentro). Queda en el km. 120. Me cocino todos los veranos ahí (a veces hasta me cago de frío en el invierno ahí) desde que tengo aproximadamente 3 años. Comenzamos acampando. Luego vino el camper. Finalmente nos arrebataron la informalidad y construyeron casas. Y muchas familias decidieron no renunciar a ese pedacito de paraíso y comprar una bendita casa. En fin. Si bien ahora ya no nos atollamos en la arena, tenemos alumbrado público y hasta un pequeño restaurante, creo que todos añoramos el campamento. Nos arrebataron no solo el nombre original, sino también ese incomparable placer de dormir llenos de arena. Bueno, cambiaron muchas cosas, pero mi playa sigue siendo la misma. Aún creo reconocer mis pequeñas huellas en la arena. A veces me gusta pensar que los pequeños trozos de madera pueden ser el rezago de alguna de esas memorables fogatas donde nos reímos tanto y a veces hacía falta hablar tan poco. En fin, no me quiero desviar mucho del tema. Encontré, pues, mi cuaderno. Y volví a leerme. El Alex del verano (muy diferente al invernal, ojo). Y me dieron ganas de trascribir algunos textos:

Las olas me mostraban los dientes. Danzaban amenazantes y desordenadas frente a mí. El sol comenzaba a bañar con timidez el nuevo día. Las gaviotas amanecían con vuelos errantes y al parecer somnolientos. La arena aún estaba algo húmeda por la larga noche.
Irrumpiste parsimoniosa en mi mente, con la seguridad de ser una desconocida a la que, nuevamente, otorgué una vida fantaseada y un lugar privilegiado en mi desesperación.
...(el resto es un poco desbordante como para copiarlo)...

La arena va perdiendo la elevada temperatura. El sol parece haberse cansado un poco. Nada parece desaparecer, sin embargo, arrollado por la tempestad del tiempo, por el vaivén del olvido, la eterna lucha entre el yo y la verdad. Todo parece confundirse en los granos de arena. También amordazados por la lentitud de la tarde, de sus colores y de sus pequeños y silenciosos tormentos. La injusticia de ser un ser intrascendente. Y ciertamente permisivo cuando se trata de los castigos del destino. Miles de destellos en el mar. Y las olas rugen, desintonizando abiertamente con la somnolencia de aquellos paisajes, de las gaviotas que pasean curiosas y solemnes por la orilla. Una nueva sensación de desatino ante la existencia carnal. Palabras que intentan en vano describir la belleza de ese instante, porque sólo los instantes pueden guardar tanto. Sólo pequeños lapsos de recuerdo que reflejan todo lo que el tiempo quiere, con tanta desesperación, decirnos. Y es cuestión de saber arrancar esos pedazos, guardarlos celosamente muy adentro, y disfrutar cada tanto de su indiferente mutismo. Así como el cielo permite que desaparezca todo rezago de nostalgia. Porque en esa infinita manta azul se puede perder todo lo que nos hace humanos, basta con desearlo.
…(un debate interno que no tiene mucho que ver con la finalidad de la trascripción)…
No quisiera ahondar en lugares comunes, ya que me considero bastante común. Lo único que puedo conocer ahora es la brusquedad de la arena, las caricias del sol, la parsimonia del viento. Talvez hasta las olas, que parecen hablar un lenguaje que mi densa humanidad no me permite comprender.

Las rocas contemplan el movimiento. La arena destella cierta indiferencia. El día se torna amenazador. El celeste es tenue, aguado, débil. La sombra lucha por proteger lo que queda. Finalmente no queda qué perdonar. El calor y el saberme mortal: Ya no me queda ni el instinto. Sólo quedan pequeños recordatorios. Trazos enanos de memoria. Pequeños seres salvajes que no saben reproducir más que dolor.

Explicación: Tuve que recortar algunos de los textos por las razones arriba mencionadas. Sepan disculpar la ortografía.
Si bien los textos pueden resultar un poco dramáticos y/o tarados, lo que quería era recordar un poco mi playa. Nada como caminar a la orilla con tu toalla, tus puchos, un cuaderno y un lapicero, y escribir lo que te dé la gana.

sábado, 3 de mayo de 2008

Me hago humo


Sábado. Tomando un café exageradamente cargado. Me prendo otro cigarrillo. El tabaco. Sacando cuentas me doy cuenta que fumo hace unos 10 años. Y no sé qué sentir. Sé el daño que causa el tabaco. También conozco el placer que significa. Sé que sonará infantil e irresponsable de mi parte, pero creo que una gran parte de mi impulso fumador lo tengo de familia (claro, échale la culpa a todos menos a tí mismo). Mis abuelos paternos fumaban. Mi padre y hermano también. Mi madre fumaba ferozmente, hasta que un buen día lo dejó. Lo peor de todo es que lo dejó por mí, porque cuando era niño lloraba pensando en que el tabaco la mataría. Y lo dejó. Años más tarde tiene que soportar el ver a su hijo prenderse un pucho tras otro. Me acuerdo la primera vez que fumé. No, no era un adolescente aún. Calculo que tendría 5 o 6 años. Mis viejos se pedían y mandaban puchos todo el tiempo. Yo era el delivery boy. Me mandaban con puchos prendidos (par de irresponsables). Me divertía jugando al trencito. Pero un buen día, a mitad de camino, me pregunté a qué sabría ese humeante manjar que los adultos difrutaban tanto. Me bastó una pitada para pasar los siguientes tres días con la lengua blanca. Obvio, mis viejos nunca supieron que fue por mi precoz encuentro con el tabaco.
He fumado todas las marcas. La primera pitada fue con el nostálgico Premier. Ni idea si todavía existe. He tenido mis épocas de Lucky y de Camel. He fumado también otras marcas, pero las épocas habrían sido muy cortas o irrelevantes. Actualmente fumo Marlboro. Supongo que algunos estarán pensando (y no les faltaría razón) que fumo "ficho". Y sí, lo confieso. Lo que otros invierten en chelas, yo lo invierto en tabaco. Me he quedado sin dinero para regresar a mi casa en alguna ocasión, pero siempre tenía un cigarrillo en la mano para la larga caminata a casa (soy patético, lo sé).
Y si de humo de tabaco se trata, no puedo dejar de mencionar un texto que resume todo: "Sólo para fumadores" de Julio Ramón Ribeyro. No es una oda al fumador. Simplemente relata...hmmm...creo que la frase de Ribeyro lo resume mejor: "...a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis cigarrillos..." En este texto Ribeyro se confiesa, se burla y explora con franca curiosidad el mundo del fumador. El que tenga tiempo y ganas, que lo lea.
El cigarrillo me acompaña, me mata, me calma, me irrita, y a veces hasta me remeda. No sé. A veces lo siento como una extensión de mi cuerpo. Otras veces es un humeante subversivo. Lo preocupante es que, sea como sea, tenemos una indestructible relación. Y no pretendo estar a favor ni en contra del hábito. El que fuma, que fume. Y el que no fuma, que no fume. Yo sólo espero el punto final para prender otro cigarrillo.

viernes, 2 de mayo de 2008

Peras

Estaba caminando por las calles sanborjinas con mi elegantísimo atuendo: Bividí (así se escribe?) azul playero, casaca roja (XL), short camuflado y tabas marrones. Un espectáculo. Desfilando por mi imaginaria pasarela "San Borja - 2008". Me acompañaban mi MP3 y mi Marlboro. La gente (y no los culpo) me mandaban esas miraditas de en-serio-no-tienes-vergüenza? En fin. Fui a comprar mis peras a Wong. Y camino de regreso pensaba, con musiquita de fondo cortesía de Foo Fighters, dónde andaría mi media naranja, alma gemela, o como prefieran llamarle. Aún no la conozco, creo. Suponía que viviría en este país (me imagino, porque en verdad me encantaría quedarme a vivir por acá). Trataba de inventarle una cara, esperando que sus rasgos sean mi "estereotipo" de belleza femenina (mis estándares no son muy comunes, eso sí). Pero me preguntaba por ella, qué estaría haciendo en ése momento, y si ella también estaría pensando en mí. Sin conocernos, pero pensando el uno en el otro. ¿Cuál sería la primera palabra que le diga?
Y curiosamente me sentí a la vez muy solo pero también acompañado por ella, por una imagen aún torpe. ¿Disfrutaremos de las mismas cosas o seremos mas bien polos opuestos? ¿Sabrá perdonar con ternura mis idioteces? Bueno, ya se verá entonces. Por el momento ando ansioso de mirar a la degenerada a los ojos y decirle "así que eras tú...". En fin.

martes, 29 de abril de 2008

Revelaciones

Acabo de estar con M. en el Starbucks. Volvíamos caminando por las calles oscuras de San Borja, yo aún con el sabor de té en la boca y ella ligeramente hiperactiva por el expresso macchiato. Esta fue la esquizofrénica conversación:

M.: Alex, verdad, ¿cuándo es tu cumpleaños?
A.: Yo no existo, nunca nací.
M.: Ya pues!
A.: En serio...soy como...hmmm...
M.: Un holograma!
A.: Sí. Una ilusión óptica.
M.: Ok. Ya pues, no me obligues a ver en el hi5.
A.: Ah, bueno, ahí puse una fecha aproximada de la época en la que fui "inventado".
M.: Oye, verdad, las fechas en realidad son sólo aproximaciones, los años fueron calculados, pero nadie sabe con certeza los tiempos exactos de todo. El nacimiento de Jesús lo han calculado, pero no se sabe con exactitud.
A.: No, pues. Dios nos va a castigar por celebrar las cosas en fechas erradas.
M.: Sí, alucina.
A.: Es más, fácil le jode que vayamos a misa los domingos...fácil para él es lunes y está chambeando. Y fácil le jode, pues...
M.: ...
A.: ...

Creo que no puedo comentar más sobre el asunto. Dudas, sugerencias e insultos...otro día, por favor.

P.D. El color que le puse a M. es porque ella es toda una lady. Espero que el color sea de su agrado.

Cafetalero

Una de las cosas que disfruto en la vida es conversar. Bueno, en realidad disfruto escuchar. La gente siempre tiene algo interesante qué decir. Y bueno, para mí los complementos perfectos de una buena conversación (además del alcohol, obviamente) son el café y el tabaco.
Es por eso que me confieso adicto al Starbucks. Hace ya unos años que voy regularmente. Sólo o acompañado. Por épocas tuve (y tengo) el grupo fijo para el café. Algunos grupos se diluyeron naturalmente. Otros fueron mas bien mutando. El Starbucks fue hasta testigo de algunas primeras citas. Y no es exactamente por el café por lo que voy (eso ya lo explicaré más adelante), sino por el ambiente. El Starbucks es acogedor, de alguna manera.
Creo que me comencé a percatar de mi calidad de "cliente" cuando en la caja me saludaban por mi nombre y, algunos, hasta me preguntaban si tomaría lo de siempre.
Lo que tomo siempre:
1. Té...sí, un simplísimo té. Caliente, sea invierno o verano. El sabor del té varía según la época y según el ánimo del momento.
2. Café del día. Nada de leche, crema batida, saborizantes, etc. Simple y llano café.

Y nada más. Así de aburrido puedo ser a veces. Y bueno, iba a explicar por qué no voy específicamente por el café. Vengo de una familia con cierta cultura cafetalera. No soy un experto en el tema, eso sí, pero mal que bien sé distinguir un buen café. Y el café del Starbucks es bueno, muy bueno, pero no lo considero tampoco el MEJOR café que se pueda encontrar. Pero me doy por bien servido. En todo caso no es sólo café lo que venden, sino un ambiente agradable, buen servicio, etc. Es por eso que voy.
Lo que me encanta es todo lo que observo en el Starbucks. Primero que nada siempre te reciben en la caja con una kilométrica sonrisa. Para mí eso tiene un valor inmenso. Y bueno, aparte se ve de todo un poco. Todo tipo de gente en todo tipo de situaciones. Adultos mayores que van a tomar el té por la tarde, familias enteras que van a comer algo, grupos de adolescentes que van a fumar sus primeros cigarrillos junto con su café para sentirse adultos, parejitas, solitarios con sus lap tops, etc. Algunas vez tuve que observar con lástima alguna ruptura amorosa (llanto caleta incluído). También gileos feroces con la respectiva entrega del papelito con el teléfono y la sonrisita torpe (sí, lo admito, yo también lo he hecho).
Ya conozco casi todos los Starbucks de Lima...con el grupo cafetalero estamos haciendo una suerte de tour y de cuando en cuando nos animamos y conocemos uno nuevo. Sino vamos a NUESTRO Starbucks del Trigal (ojo, fue "tienda del año" el 2007...bien ahí!) Y bueno, gente, si alguna vez andan por algún Starbucks y ven a este andrajoso personaje fumando y tomando un té, saluden con confianza.

lunes, 28 de abril de 2008

Comienzo...

Y así empiezo. Con palabras algo tímidas y aún anónimas (así las siento). Después de pensarlo tanto ahora estoy finalmente de pie frente al público. Tan vulnerable como todos los que se embarcan en semejante proyecto, supongo.
Este blog pretende tantas cosas y a la vez ninguna específica. Supongo que iré encontrando los "porqués" en el camino.
De alguna manera considero lógico que un blog es una búsqueda de trascendencia, de "inmortalidad", de identidad...talvez una simple manera de expresarse. Talvez búsqueda de aprobación. Y, bueno, me acuso de todo esto y más. No obstante entiendo que cada uno tiene más y mejores razones que éstas para escribir.
(Ya no sé si reirme de lo solemne y pelotudo de mi discurso inicial o poner cara de serio y creérmela...ya está escrito, ni modo).
Empiezo, pues, con una mueca que parece sonrisa, un café y un cigarrillo...